La película Utopía, sobre el incendio que acabó la vida con 29 jóvenes el 2002, ha llegado a Netflix. La película del 2018 involucró a los padres de las víctimas en el proceso de guión y casting. A pedido de Somos, ellos se juntaron con los actores que interpretan a sus hijos en esta sesión especial.
La última vez que Pilar Villarán habló con su hija pudo decirle varias veces lo hermosa que estaba. Han pasado 16 años de ese recuerdo que aún vive en ella con la nitidez de las despedidas imprevistas. Ese día, Verónica Delgado Aparicio Villarán (26) se iba a bailar y no había decidido qué ponerse. ¿Un vestido? ¿Un pantalón? ¿Las dos cosas? A las 11 de la noche volvió al cariñoso espejo de la opinión materna. Su padre, el abogado Luis Delgado Aparicio, descansaba en el dormitorio. “Ya te dije que estás hermosa”, le volvió a decir Pilar, con un beso, y la despidió con la recomendación de siempre: que fuera con cuidado, que la calle no es segura.
–Ay, mamá. Qué me va a pasar, si me voy a la mejor discoteca de Lima.
Cinco horas después, Pilar reconocía el cuerpo de su hija en la clínica Montefiori. Lo que más recuerda de la madrugada de ese 20 de julio del 2002 es que no podía llorar. Estaba como bloqueada. En una de las camillas la encontró. “La vi linda, como si estuviera dormidita”, dice mientras sujeta un retrato plastificado con el rostro de Verónica, una de las 29 personas que murieron en el incendio de la discoteca Utopía.
En la sesión de fotos para Somos, Pilar Villarán se encuentra con la actriz Ingrid Altamirano, que tenía nueve años en la época de la tragedia. Ella hace de su hija en la película Utopía, próxima a estrenarse, y Pilar jugó un papel fundamental en ese específico casting. “Yo la escogí. Le dije a Gino Tassara [el director de la película] ‘déjame hacerlo’. Él me enseñó las fotos de las actrices posibles, vi varias de ellas y algunas no me parecían. Hasta que vi a Ingrid y así fue. Le dije ‘esta es. Ella es’”.
Ingrid tiene un recuerdo un poco brumoso de esa época, como cualquier persona de su generación. Y, sin embargo, estar en contacto con los familiares de las víctimas la conmueve como a cualquiera. No menos emocionada está Pilar, a su lado, que se confiesa “una llorona”. El día de la tragedia no se permitió quebrarse, al menos en las primeras horas, porque si no su esposo, el recordado ‘Saravá’, se derrumbaba. Ahora, ante la visión caracterizada de su hija, sonríe, la abraza y ahoga un pequeño sollozo.
Un dolor sin nombre
No existe designación en el habla común para nombrar la conmoción de perder a un hijo. No hay regla o medida para semejante desamparo. Al que pierde a un padre le llamamos huérfano. Quien pierde a una esposa es conocido como viudo. La Real Academia Española señala el muy infrecuente ‘deshijado’ para nominar a una “persona que ha sido privada de los hijos”. En el lenguaje poético, algunos usan la expresión ‘huérfano de hijos’.
De lo que sí no existe nombre es para el calvario de buscar justicia en el Perú por un crimen así. “Ya hay 15 padres que han fallecido en estos 16 años esperando que los responsables de este crimen paguen; no nos podemos olvidar de ellos ”, cuenta Fernando Gomberoff, cuya hija, Orly Gomberoff, engrosó la terrible lista de víctimas esa noche.
Orly tenía 22 años y una discapacidad que la obligaba a llevar un audífono para poder escuchar. El día que falleció se acababa de graduar de la carrera de Ingeniería Industrial y había ido a la discoteca para celebrar la nueva vida que se le abría paso con su título. Si hubiera salido un poco más temprano, como era su deseo, la habría librado. Al señor Gomberoff le tocó la parte más dura de todas: alertado del incendio, tuvo que recorrer, sin descanso, todos los hospitales y clínicas de la avenida Javier Prado y alrededores buscando noticias, buenas o malas, de su hija. Buscando una esperanza o la noticia dura que termine con la insoportable ansiedad. Una soledad semejante apenas es imaginable.
Gomberoff, que se conoce el guion de la película a la perfección, está seguro de que va a ayudar mucho a la obtención de justicia. No le queda duda. Va a remecer las conciencias porque no todos los culpables del hecho han pagado, pese a las condenas que ya se han logrado en el Poder Judicial para algunos de los implicados, ahora mismo prófugos de la justicia. Lo mismo opina la actriz Priscila Espinoza (24), que interpreta a Orly en la ficción. Un día antes del rodaje, Priscila soñó con ella.
En ese trance, Orly se le apareció como en las fotos que ha visto, como la chica de 22 años dueña de una sonrisa explosiva. La visión le sonreía, lo que interpretó como una señal ultraterrena de aprobación a su papel. La venia del Gomberoff padre ya la tenía desde el comienzo. Al final de la vigilia realizada por el equipo de producción, días antes del inicio de la fotografía principal, este se le acercó a Priscila, le tomó de la mano y le dijo un sentido “gracias”. Si ella tenía alguna duda sobre cómo afrontar el reto del papel, en ese momento todo se aclaró y cobró sentido.
“La justicia se han burlado de nuestras canas”
La madrugada en que Utopía se quemó –por la imprudencia de un show con fuego realizado bajo techo– no había un solo extintor en los 800 metros cuadrados del recinto. No había aspersores de agua. No había señalética iluminada que indicara a los jóvenes cuáles eran las rutas de escape. Tampoco había un letrero en la puerta que indicara cuál era el aforo real del lugar. Un sitio que era para divertirse se convirtió en un matadero de ilusiones juveniles. “A mi hija me la entregaron en una bolsa, ahí en el Jockey Plaza. A ella no se la llevaron a la clínica”, recuerda Rosanna Melchiorre, que fue la madre de Maritza Alfaro. La describe como una chica inquieta, una tromba de energía que alegraba la casa y a veces la hacía renegar, pero que se apagó ahí mismo.
Junto a Maritza falleció su novio, Guillermo Vilogrón, con quien tenía una relación de 10 años, desde que estaban en el colegio. Ambos tenían planes de casarse y viajar a Barcelona para estudiar. “Los enterramos juntos en Jardines de la Paz, con una mona de peluche que Guillermo le regaló a mi hija cuando iniciaron su relación”. Ellos son interpretados en la ficción por Natalia Salas y José Dammert, con la especial asesoría de la señora Melchiorre, quien puso su casa para el rodaje de las escenas relacionadas con su familia. También apoyó con algunos diálogos porque ella sabía cómo se expresaban, cuál era su dinámica como pareja.
“Los padres han estado involucrados desde el inicio del proceso, desde las primeras páginas del guion. Han ayudado en el casting de los 522 actores que probamos. Si ellos quedan contentos con la película cuando se estrene, yo estaré satisfecho”, dice el periodista Gino Tassara, quien junto a Jorge Vilela comparte la labor en la dirección. El proyecto se inició como una investigación de Tassara y la periodista Karla Velezmoro para un libro que derivó luego en película, cuando hubo un interés en conseguir un mayor alcance para el mensaje. “Algo importante de decir es que los papás no participan en la financiación de la película ni han puesto un sol o cobrado algo. Su participación ha sido totalmente desprendida”, anota Tassara.
Dos son los mensajes que los padres de Utopía quieren comunicar con la cinta. El primero es que se logre la extradición de Alan Azizollahoff y Édgar Paz, propietarios de la discoteca y actuales prófugos. El segundo es que una situación así no se repita más, que los empresarios se hagan responsables de cuidar al público que acude a sus establecimientos. Es una tarea que ven como una misión y una forma de honrar a sus hijos. Pilar Villarán lo resume mejor con una anécdota final: años después de Utopía, salió con su esposo a un local pequeño de salsa, en Lima, y al rato de entrar al lugar se echó a llorar. “Lucho no entendía, me preguntaba ‘qué tienes, mujer, qué te pasa’. Así que le hice ver: mira, acá hay extintores, hay señalización de escape, está el letrero de aforo colocado. ‘Lucho, ese es el legado de nuestra hija’”.